Cada vez hablamos más de la economía circular como el camino que debemos tomar para alcanzar un modelo de sociedad sostenible. Pero, ¿de qué se trata y qué otras opciones tenemos?
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La economía circular se entiende como un modelo autogerenerativo, que se opone a nuestra lógica actual de extracción-uso-desecho para proponer una alternativa en la que los residuos sean reintegrados al sistema y aprovechados.
Basada en el biomimetismo, ciencia que estudia la naturaleza para resolver los diferentes retos que tiene la humanidad, enfocándose en soluciones que los sistemas y procesos de los ecosistemas nos ofrecen, la economía circular permite eliminar el concepto de residuo, porque todo se transforma para ser un nuevo recurso.
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En la actualidad es fácil encontrar casos en los que se aplica este modelo; el reciclaje de nuestros residuos plásticos o de vidrio para su reutilización es uno de ellos. Sin embargo, las oportunidades con respecto a la economía circular aún son enormes e inspirarnos en lo natural puede llevarnos mucho más lejos al momento de repensar nuestro sistema.
Rediseñar nuestro sistema
Si queremos acelerar el cambio que queremos, primero debemos empezar a pensar en términos de ecosistemas, donde los temas claves son la interdependencia y colaboración entre los actores, el modelo open source o “código abierto” de los recursos -en particular del conocimiento-, y la regeneración, que debe ser un principio tanto de nuestros diseños de objetos como del espacio público.
También debemos hacer una transición de nuestra economía basada en la propiedad hacia una basada en el servicio y la experiencia, por medio de la descentralización de la oferta de bienes y servicios y del empoderamiento de los individuos. Ambos cambios son aplicables a todas las dimensiones de nuestra sociedad, desde la planificación urbana hasta la producción, pasando por nuestra implementación de la democracia.
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Esta visión puede parecer irrealista, pero recordemos que nuestro modelo actual se apoya en una narrativa que es una construcción humana e histórica, no una verdad inamovible. Solo es cuestión de cambiar nuestra forma de pensar y evolucionar nuestros principios fundadores de competición a colaboración y de modelo extractivo a regenerativo.
¿Suena utópico? No lo creo. Incluso, hoy se pueden encontrar muchas iniciativas que promueven estos cambios en el mundo. El éxito creciente de plataformas como Couchsurfing -en la que particulares ofrecen sin costo un alojamiento en su casa a viajeros-, así como las numerosas plataformas de préstamo de objetos gratis entre particulares y de financiamiento colaborativo (crowdfunding), evidencian una dinámica de apoyo sin búsqueda de rentabilidad que seduce cada vez más.
Además, estos ejemplos muestran que estamos en una era de transición del principio de propiedad hacia uno de servicio. En Medellín funciona Encicla, un programa de préstamo de bicicletas para uso de los ciudadanos, y en el mundo podemos encontrar diferentes versiones de esta iniciativa con monopatines, carros o motocicletas.
El hecho de compartir en vez de poseer es aún más importante para los bienes virtuales: el conocimiento compartido -en open source- permite el empoderamiento de todos los actores y, a su vez, impulsa la descentralización de la producción. Esto es lo que ofrecen las miles de FabLabs que nacieron en los últimos años: espacios de co-creación para compartir conocimiento y tecnologías -como la impresión 3D- con el fin de generar una producción local y a la demanda.
Un camino a seguir
Si de algo nos ha servido observar la naturaleza es para reconocer su capacidad de conectar todos los elementos que la componen para mantener un equilibrio.
Sin embargo, replicar los procesos naturales debe ir más allá del biomimetismo para empezar a valorar nuestras creaciones como lo hacemos con los elementos del medio ambiente -por sus servicios ecosistémicos-. Por eso, desde el diseño, la pregunta fundamental debe ser ¿qué servicios nos pueden brindar las cosas que creamos?
Por ejemplo, los edificios de hoy pueden ofrecernos producción de energía (con paneles solares), producción de comida (con huertas urbanas), captura de carbono (con la fachada vegetal) y otros servicios sociales y de entretenimiento para los “ecosistemas” urbanos en los que vivimos.
Estas dinámicas, además de ser alentadoras, pueden formar parte de las soluciones para construir un nuevo sistema. Por supuesto, el open source, la economía colaborativa y todos los nuevos modelos tienen sus necesidades de gobernanza. Regularlos y sacarles el máximo provecho es el gran desafío que tenemos en frente.