La crisis desatada por el covid-19 evidencia la fragilidad de nuestro modelo económico y social. Ante la inminente recesión de los próximos años, es necesario preguntarnos: ¿podemos pensar en algo más que la productividad?
Foto: Sam Greenwood (AFP) / Tiempo estimado de lectura: 5 minutos
Después de casi tres meses de aislamiento obligatorio en Colombia, empezamos a dimensionar la nueva realidad en la que estamos viviendo.
Ahora que las medidas transitorias lucen insuficientes y que necesitamos soluciones para reducir la incertidumbre, miles de empresas y personas buscamos alternativas para recuperar el tiempo -y la productividad- que hemos perdido durante la cuarentena.
Hemos hablado bastante de los planes de reactivación económica, de los auxilios para rescatar algunos sectores, del día sin IVA para incentivar el aumento en las ventas, de recortes a los sueldos de los empleados y de la reestructuración de negocios para sobrevivir este año y retomar el rumbo en los siguientes. Sin embargo, no nos estamos cuestionando si pensar en términos de crecimiento es lo más indicado. ¿Será posible hablar de un modelo de decrecimiento sostenible?
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Sé que la pregunta puede sonar incoherente. Vivimos en un país donde, según el DANE (2018), el 27% de su población gana menos de $258 mil al mes y cerca del 19% se encuentra por debajo de la línea de pobreza multidimensional. Y, aunque revisemos indicadores más alentadores, como el crecimiento constante de nuestro PIB desde el 2000, la cuarentena nos ha mostrado la realidad que hay detrás de esas cifras.
La fragilidad de nuestro sistema se ve reflejada en empresas que han reportado crecimiento del 10% o más en los últimos años y que hoy están a punto de quebrar. Con solo dos meses de cierre de las actividades productivas, podemos ver cómo la lucha de más de 20 años por consolidar una clase media en el país se pone en jaque.
Mientras tanto, tenemos las esperanzas puestas en que nuestra sistema de salud pueda responder a la situación -aunque la mayoría de los hospitales estén desfinanciados- y en que investigadores o científicos encuentren soluciones reales para afrontar la crisis. Todo esto pese a que la inversión del país en ciencia y tecnología es menor al 1% del PIB.
El panorama actual revela que el modelo de crecimiento económico, aunque ha sido importante, no es una solución sostenible a los retos que afrontamos como humanidad. Más que crecer de manera constante, necesitamos construir un sistema económico y social resiliente, el cual, como indica el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, sea capaz de “prever y absorber los efectos de un suceso peligroso, adaptarse a ellos y recuperarse de manera oportuna y eficaz”.
Esta definición nos invita a reflexionar sobre los criterios con los que valoramos el crecimiento o la resiliencia de las empresas: ¿una aerolínea es más exitosa cuando incrementa el número de kilómetros volados o cuando logra tener una pequeña cantidad de clientes fidelizados? Inclusive, podemos trasladar este ejercicio y aplicarlo en otras escalas.
¿Un país es sostenible al aumentar su PIB con una actividad económica extractiva o al enfocar sus esfuerzos en generar conocimiento científico y darle un uso responsable a los recursos naturales? O en el caso de las personas, ¿el éxito está en obtener ascensos laborales o en cubrir las necesidades básicas, tener una vida balanceada -trabajo, familia, ocio y descanso- y ayudar a quienes no tengan estas cosas garantizadas?
Desde el principio sabía que no iba a responder mi pregunta, pero creo que es necesario empezar a reflexionar sobre la productividad y cómo la entendemos. ¿Es más importante saber cuánto puedo producir o qué quiero y para qué quiero producirlo? Resolviendo estas preguntas es posible encontrar caminos que nos funcionen y que no necesariamente nos lleven a un crecimiento ilimitado.
Para que profundices en el tema: Sociedad sostenible, ¿hacia dónde vamos?