Los incidentes acontecidos en Dayton (Ohio) y El Paso (Texas) han vuelto a abrir el debate sobre el control de armas en Estados Unidos, uno de los temas que más polariza al país norteamericano y que ninguno de los gobiernos recientes ha sabido cómo enfrentar.
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La coyuntura que atraviesa Estados Unidos en las últimas semanas permite entender el potencial que tienen las empresas para generarle bienestar a sus grupos de interés. Si hablamos de Walmart y del tiroteo ocurrido el 4 de agosto en su tienda de El Paso, estamos tratando un tema de interés nacional.
Walmart no solo es la tienda minorista más grande del mundo, sino el mayor empleador privado que existe -con más de 2 millones de trabajadores-. La compañía cuenta actualmente con más de 5.000 tiendas en EE.UU; en la mitad de ellas vende armas y en otros cientos vende únicamente municiones, lo que la convierte en uno de los principales vendedores de armamento legal en el mundo.
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Estos datos reflejan el rol que tiene Walmart en la sociedad estadounidense, en particular como un actor clave para liderar el cambio en las causas sociales que lo requieran. Para el caso de las armas, la organización puede influir no solo con sus políticas de venta, sino con la presión que puede ejercer al gobierno para que tome medidas más restrictivas.
Si bien ese papel de Walmart no va a ser suficiente para resolver el problema, pues existen muchos otros lugares en Estados Unidos donde las personas pueden comprar armas, la iniciativa que tome una compañía de semejante tamaño puede servir, al menos, como ejemplo para inspirar a otras a tomar cartas en el asunto.
El reto principal de Walmart en este momento es gestionar el riesgo reputacional que tiene frente a sus grupos de interés, algunos de los cuales le están exigiendo cambios en sus políticas y la han vuelto el blanco de las críticas en redes sociales.
Una crisis de este tipo podría afectar el desempeño de la organización y desencadenar en problemas mucho más profundos. Aunque la presión social pueda llevar a Walmart a tomar decisiones inmediatas, la compañía no puede sucumbir ante el pánico; debe entender el contexto de la situación, identificar los riesgos latentes y, finalmente, desarrollar un plan de acción para gestionar esos asuntos.
Por ejemplo, la decisión de retirar la publicidad de videojuegos violentos en sus tiendas obedece más a la percepción de un sector de la sociedad que a estudios que demuestren la relación existente entre este tipo de entretenimiento y los tiroteos masivos. Eso es lo que debe evitar Walmart: optar por medidas sin fundamento, que generen poco impacto y que terminen desviando la atención del verdadero problema de fondo.
Si la compañía no tiene información suficiente para responder de forma oportuna al suceso, es preferible que mencione, en un comunicado, su disposición para seguir abordando el problema y buscar soluciones conjuntas, pues las medidas de seguridad que ha tomado en sus tiendas han demostrado no ser suficientes.
En últimas, Walmart no va a cambiar el país por su cuenta ni a resolver las cosas de un día para otro, pero sí puede perder la confianza de sus grupos de interés en un abrir y cerrar de ojos. Desde ahora, sus decisiones con respecto a la venta de armas tendrán que dejar de concentrarse en lo financiero, pues la mejor decisión para la sostenibilidad del negocio no es necesariamente la que más ingresos genere en el corto plazo.
Si bien este caso es evidente, por el tamaño de la organización mencionada, todas las empresas, en mayor o menor medida, pueden convertirse en actores comprometidos con las dinámicas del entorno donde operan. La invitación para ellas es a que asuman este rol y aprovechen su potencial para generar impactos positivos en la sociedad.
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