Seguramente has escuchado hablar del food waste o la pérdida y desperdicio de alimentos, pero, ¿te has preguntado cuál es el verdadero impacto de este problema?
Foto: Larry Krause, tomada de EcoBusiness / Tiempo estimado de lectura: 5 minutos
El food waste tiene que ver con la disminución en la cantidad de alimento disponible a lo largo de la cadena de producción, desde que inicia hasta que llega a nuestras mesas. Dependiendo de la etapa en la que ocurra esta situación, podemos hablar de pérdida o de desperdicio de alimentos.
La pérdida de alimentos se da en etapas de producción y procesamiento y está asociada a inconvenientes de plagas, infraestructura o transporte, entre otras razones. En cambio, el desperdicio surge en la comercialización y distribución de los productos, donde los hábitos de consumo o el manejo de inventarios generan este problema.
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¿Qué tan grave es el problema?
Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura -FAO, por sus siglas en inglés-, en el mundo se producen anualmente alrededor de cuatro billones de toneladas de alimentos, de los cuales un 33% no llegan a ser consumidos; es decir, se pierden o se desperdician 1,3 billones de toneladas.
Si a esa cifra le sumamos el estimado de 821 millones de personas que, de acuerdo con el informe de seguridad alimentaria y nutrición mundial de la FAO, están subalimentadas, podemos entender la magnitud del problema.
Estamos dejando perder los alimentos que una de cada nueve personas en el mundo necesitan para subsistir y cediendo terreno contra el hambre, uno de los retos que buscan solucionar los ODS y que no tiene que ver en realidad con el desabastecimiento, pues cada año se produce comida suficiente para alimentar a 12 mil millones de personas.
No podemos ignorar además los impactos que el food waste tiene sobre el medio ambiente y la economía. La gran cantidad de recursos naturales y económicos invertidos en la producción de alimentos que no llegan a ser consumidos se convierte en una de las principales fuentes de generación de gases de efecto invernadero en el planeta.
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Es fácil hacernos a la idea, considerando que la producción de un kilo de carne requiere de 7.000 litros de agua o que se necesitan 70 litros para cultivar una manzana. Y eso que no estamos teniendo en cuenta otros recursos, como la energía, las horas hombre o el dinero invertido en la producción de alimentos que, si no se consumen, están suponiendo un desperdicio enorme.
De allí que Chad Frischmann, director de investigación del Project Drawdown -iniciativa que reúne soluciones para enfrentar el cambio climático-, asegure que “si el food waste fuera un país, estaría en tercer lugar -después de EEUU y China- en términos de impacto en el calentamiento global”.
¿Qué podemos hacer para resolverlo?
Como la responsabilidad sobre la pérdida y el desperdicio de alimentos está repartida en todos los eslabones de la cadena -incluyendo productores, transportadores y mayoristas, por ejemplo-, los consumidores también tenemos el deber de contribuir a la solución de este problema.
Podemos modificar nuestros hábitos cotidianos y tomar decisiones coherentes con el cambio que esperamos, como ser más conscientes de lo que consumimos, planear mejor las compras o revisar la fecha de vencimiento de los productos.
Sin embargo, si de verdad queremos que nuestras acciones tengan un mayor impacto, debemos atender una de las causas de raíz: los estándares de calidad que nos han impuesto.
Necesitamos reflexionar sobre el criterio estético que los supermercados han definido para decidir si vale la pena o no comprar un producto. Cerca de la tercera parte de la producción agrícola anual se pierde porque los alimentos no cumplen con el tamaño aceptado o no lucen “como deberían verse en una estantería”. Y está en nuestras manos cambiar esos estándares. ¿Les parece razonable que sigamos desperdiciando comida por este motivo?
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