La comparecencia de Mark Zuckerberg frente al congreso estadounidense volvió a instalar el debate acerca del control que los políticos y los mismos usuarios pueden ejercer sobre los gigantes tecnológicos.
Imagen tomada de La FM
"Esto es lo que va a pasar: habrá un montón de proyectos para regular Facebook. Depende de usted que sean aprobados o no. Puede volver a casa, gastar 10 millones de dólares en lobbistas y enfrentarnos o puede volver a casa y ayudarnos a resolver este problema".
Con ese ultimátum cerró su intervención el senador republicano por Luisiana, John Kennedy, durante la visita de Mark Zuckerberg al congreso de Estados Unidos.
El director ejecutivo de Facebook fue citado al Capitolio para explicar el papel desempeñado por su compañía en el escándalo de Cambridge Analytica, la consultora de marketing político que obtuvo información de 87 millones de personas a través de una aplicación en la red social.
Se creía que el empresario de 33 años tendría que afrontar una punzante inquisición o que su empresa sería sancionada, pero luego de dos días de arrepentimientos y de dejar más incertidumbres que respuestas, el panorama quedó resumido a la resolución de Kennedy: Facebook tiene el poder y el dinero para evadir cualquier penalización. Eso los hace libres de decidir qué medidas tomar para mejorar el tratamiento de datos de los usuarios.
De mantener la postura receptiva mostrada en la comparecencia, Zuckerberg y su equipo tienen la oportunidad de apostar por la transparencia para fortalecer su reputación frente a sus grupos de interés y facilitar la experiencia del usuario en sus plataformas.
Pequeños cambios de alto impacto
El caso reciente involucra a Faceboook, pero puede extenderse a otros 'Goliats' tecnológicos -como Amazon, Apple o Google- que manejan información de miles de millones de personas y que pueden incidir tanto en sus decisiones de compra como en sus opiniones.
Sin importar las políticas o los propósitos que tengan, estas empresas pueden aplicar cambios para evitar que un escándalo como el de Cambridge Analytica se repita. Y varias de las acciones que pueden llevar a cabo se entrelazan para generar un impacto aún mayor.
La necesidad más inmediata involucra una respuesta comunicacional: revisar y rediseñar sus políticas. Las empresas saben que en sus plataformas hay desde adolescentes hasta usuarios sin dominio de la tecnología, por lo que las condiciones de uso y de tratamiento de información deben presentarse en un lenguaje claro para todos.
También es indispensable precisar qué entiende cada empresa por ética y cómo se vincula a esa definición, más allá del cumplimiento legal. Luego el concepto debe interiorizarse y transformarse en uno de los pilares de la cultura organizacional, de modo que no parezca un asunto exclusivo de los directores ejecutivos, sino que haya un discurso corporativo unificado.
Finalmente, las grandes tecnológicas deben asumir la autorregulación como un principio ético, pues sus desarrollos suelen situarlos un paso adelante de la legislación. Trascender la innovación de los softwares y los algoritmos a los procesos y la normatividad interna es la mejor manera de evidenciar, ante cualquier irregularidad, que la intención ha sido ser proactivos en beneficio de la comunidad digital.
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