Ser competitivo es maravilloso. Una vez cada cuatro años los deportistas en los Juegos Olímpicos nos lo demuestran. Las historias de personas que luchan y ponen el alma en cada competencia atraen e inspiran a toda la humanidad. Ser competitivos nos obliga a esforzarnos, a tener disciplina para alcanzar objetivos, a ser perseverantes y a estar dispuestos a cambiar y evolucionar para estar en el camino ganador. Pero esta no es una tarea fácil. Como lo demuestran los deportistas, la competitividad debe estar acompañada por un agudo sentido de autocrítica para crear verdaderos ganadores. No se trata de “darse palo”, sino de superarse a sí mismo constantemente. Esta debería ser el camino que elijan las empresas que trabajan por ser sostenibles. Las organizaciones más competitivas son aquellas que valoran e identifican sus fallas y oportunidades, y no temen compartirlas.
Una competitividad mal entendida es la que viene cargada de orgullo, ese que nos lleva a creer y decir que hacemos todo bien. Las organizaciones “orgullosas”, tienen miedo de encontrar y compartir sus debilidades y se preocupan más por decir que todo lo hacen bien, a veces, en nombre de la reputación, sin saber que el buen nombre no es un asunto de “perfectos”, sino de los más transparentes.
Hemos visto varios casos en el mundo donde admitir los errores se convierte en la mejor decisión para generar credibilidad, reconocimiento, y oportunidades.
Esta unión de competitividad y autocrítica es especialmente relevante para la sostenibilidad de las empresas. Los gigantescos retos ambientales, sociales y económicos a los que nos enfrentamos, implican que cambien muchas prácticas comunes en las empresas como predicar que son sostenibles y con ello maltratar a la organización, a la sociedad y a la naturaleza.
Reconocer los errores abre puertas a un mundo de soluciones. Los reportes de sostenibilidad son cada vez más relevantes según esta premisa en la medida en que generen conversaciones más transparentes y fructíferas entre las organizaciones y sus públicos de interés.
En este sentido, una manera de medir el compromiso real con la sostenibilidad de las organizaciones es medir qué tan activamente comparten y comunican sus falencias. Y en el sentido contrario, es importante mirar con un ojo muy crítico a las organizaciones que recurrentemente están declarando que “son” sostenibles. Un gran atleta olímpico no es el que siempre está convencido que todo lo está haciendo bien, sino el que sabe que siempre puede hacerlo mejor.
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